Entreletras y entresoles
A propósito de los orígenes de Entreletras (fundada el 4 de abril de 1981 en Villavicencio, Meta, Colombia), el maestro Isaías Peña Gutiérrez* escribió este texto en abril de 2011, en el marco de la celebración de los treinta años de la Corporación. (Fotos: Constantino Castelblanco y archivo particular).
De pronto, se cumplieron los primeros 30 años de ver salir el sol con los viejos y con los nuevos amigos. Y nadie se dio cuenta del transcurrir de los años porque, como en Luvina, el tiempo se pareció a la eternidad y nadie contó ni las entradas, ni las salidas del sol. Simplemente, éramos como soles: así lo dijo el poeta que hace 20 años regresó a la tercera orilla del horizonte, a reunirse con todos los sabios que desde Yurupary entran por la llanura hasta el oriente, se encuentran con la luz redonda, y con sus mujeres entonan la música prohibida.
Tal vez por eso, me han pedido que cuente que a principios de la década del 80, cuando ya habían pasado el rock’and roll y la primera salsa, cuando ya habían muerto el Che y Camilo y sus huesos se habían convertido en palmeras gigantescas, cuando aún no habían muerto, sin el premio Nobel, algunos de nuestros profetas mayores, como Juan Rulfo, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, un grupo de muchachos —y otros que lo eran de espíritu— se reunieron en la capital del Meta con el fin de convenir secretos y no pasajeros proyectos culturales.
Allí estuvieron: Jaime Fernández, Carlos Augusto Gil, Manuel Acosta, Silvia Aponte, Francisco Piratoba, Vicente Casadiego, Melco Fernández, Julio Daniel Chaparro, Wilson Ladino Orjuela, y otros que pronto se sumaron sin dudarlo, como el pintor Rafael Campos Anaya, el sociólogo y fotógrafo Constantino Castelblanco, Miguel Ángel Galvis, Martha Lucía Montañés, Nubia Suárez, Andrés Romero, Agustín Murcia, el maestro Isaac Tacha.
En las siguientes décadas apoyaron y se sumaron al proceso cultural del Grupo Cultural Entreletras, hoy Corporación Cultural Entreletras, convertida así en la más antigua y visible organización cultural del país, otros intelectuales, entre otros, el historiador, filósofo y escritor Henry Benjumea Yepes, director de los talleres de Entreletras entre 2000 y 2010, la poeta Olga Malaver, Nayib Camacho O. —nuevo director de los talleres—, la historiadora Nancy Espinel, los pintores Óscar Aponte y Luis Miguel Ortiz, los músicos Luis Guillermo Córdoba, Clarita Sánchez y Carlos Flórez. Y a ellos, hoy se suman los escritores egresados o generados a partir del remezón provocado desde entonces, me refiero a nombres como Jorge Omar Hurtado, Paloma Bahamón, Mario Hernández, Eduardo Espinel, Angélica María Guerrero, José Gregorio Villamil y Apolinar Beltrán.
Del Llano sabíamos, a comienzos del 80, que por allí comenzaba siempre el día del país, que desde allá nos mandaban las reses para quienes vivíamos en la capital, o que el paisaje de la llanura eterna había entusiasmado, incluso, a José Eustasio Rivera para escribir la mejor novela colombiana de todos los tiempos.
Y ahora comenzaban a llegar noticias preocupantes: ese grupo de muchachos, sin linderos ideológicos excluyentes, sin banderas sectarias, sin patrimonios políticos mal habidos, sin preocupaciones proselitistas, les proponían a los Llanos Orientales —y lo más grave—, al país entero, que ellos también pertenecían a una cultura colombiana que ellos habían ayudado a fundar desde el siglo pasado. La posición, desde entonces, no fue fácil. Alejarse del monopolio partidista, tradicional o revolucionario, como nos había sucedido hasta la década del 80, significaba algo así como plegarse a la línea más fácil del momento; y se podía correr el riesgo de la apatía política generada por un cuarto de siglo de Frente Nacional. Pero entenderlo, fue anticiparse a la gran revolución de finales de siglo, donde la pluralidad de criterios y de sistemas parecen regir el pensamiento político.
Lo cual no alteró en ningún momento la naturaleza reivindicativa del grupo, ni sus sentimientos de solidaridad con una cultura y un pueblo tan ricos como olvidados en el contexto nacional de aquella época. Y fue tan cierto esto que, con los años, sus publicaciones y sus actividades en defensa de la región, de las etnias aborígenes, de la riqueza ecológica, de la abundancia folclórica y literaria, revertió de manera admirable. Fue el tizón que sublevó las llamas, que llegó a las dependencias del Banco de la República, de la Casa de la Cultura Jorge Eliécer Gaitán, incluso de la Universidad de los Llanos. Pero, además de su extraordinaria pluralidad ideológica y de la defensa de la región en toda su extensión, Entreletras encarnaba otra propuesta novedosa y de cuidadoso manejo.