40 Años de tradición cultural y literaria en la Orinoquia

Entreletras y entresoles

El maestro Luis Vidales (centro), en un evento de Entreletras, acompañado por Pedro Nel Jiménez Restrepo y Manuel Acosta.

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No se trataba de volver a la defensa ingenua de la parroquia; no se trataba de enfrascarse en los regionalismos de siempre, ni de cederle terreno a la mediocridad que anida en el chauvinismo. Y mucho menos de llegar al populismo que se atrinchera en el aislamiento y en la defensa a ultranza de lo popular. Porque no se trataba de retratar con ojos cansados el sol del paisaje llanero. No. Ahora ellos querían coger el sol con las manos, porque ellos mismos, al decir del poeta que hoy recordamos —después de 20 años de la infamia impune—, eran como soles. Se trataba, en cambio, de abandonar los complejos frente a la capital, frente a esa ciudad que, por entonces, a tres horas de mala carretera, siempre se había alimentado del Llano y jamás le había dado la mano, quizás porque nunca se la habían pedido. Eso pidieron, entonces, los muchachos. Se bajaron del caballo mientras entraban a la modernidad; pero no olvidaron los relinchos que en el alma sientan cátedra de esbeltez y dignidad.
Por eso, pronto se integraron al país, e integraron el país al Llano. Esto se demuestra repasando uno de sus diversos medios de expresión, creado y sostenido durante una década dura para la cultura colombiana, en la que los suplementos literarios del país se olvidaron de la poesía y de la literatura en general. Me refiero a la revista Entreletras. Sin mendigarle al Estado, sin alejarse del Estado, con una actitud de inmenso respeto individual, les pidieron a las entidades públicas y privadas el apoyo necesario. Y creando conciencia en las distintas dependencias o instituciones administrativas de Villavicencio, vinculables a la cultura, el grupo de ‘entreletros’, como cariñosamente se les llegó a decir, removió los cimientos literarios y artísticos de una zona del país que había permanecido largas décadas inane y casi ausente del desarrollo cultural del país. Muchas puertas se abrieron; muchas ventanas se cerraron. Pero ellos siguieron creciendo mientras aprendían a abrir puertas y ventanas.
En tres décadas —quién iba a creer que sol durara tanto— el balance es satisfactorio e, inmensamente, significativo. Y no pienso que esto equivalga a un parte de victoria, porque no se trata de una velada en el circo romano o en alguna de las pequeñas guerras inventadas por el imperio desde entonces. Solo que Entreletras, a veces con apoyo público o privado, o con las uñas mismas, llevaron el país al Llano y muchos de ellos remontaron la cordillera para reconquistar el país.
Cuando las giras del programa de ‘Un país que sueña’, ellos se tomaron varias ciudades para ellos remotas; y, ¿cuántos, entonces, no visitamos aquella hermosa cabecera del Llano que es Villavicencio? Aquella revista, homónima del grupo Entreletras, nació el 4 de abril de 1981. Y principió con el título de Taller Literario Entreletras. Es que si por algo recordaremos la década del 80, aún para los incrédulos de aquellos años, es porque desde entonces el país cultural, por fin, permitió la creación y desarrollo de los talleres literarios. Dejaron de ser un mito para convertirse en un instrumento de apoyo literario. Y, sobre todo, de aglutinante o catalizador literario. El peso sectario y ciego de la década del 70, que le endilgó a los talleres motes o propiedades políticas partidistas, retrasó el ingreso de los mismos en la juventud colombiana.

Juan Manuel Roca en recital con Julio Daniel Chaparro y Jaime Fernández Molano. Banco de la República de Villavicencio.

Hasta en eso, Entreletras superó y se plegó al futuro con mayor fortuna que otras ciudades colombianas. Su grupo trabajó en los primeros años como un taller, y su revista se convirtió —como en ningún otro caso— en el instrumento esencial del mismo. Con la advertencia de que en el caso de Entreletras, sirvió no solo a sus integrantes, sino al país entero.
En sus páginas —decorosas, sencillas, mecanografiadas en sus primeros tres números y luego impresas en adelante hasta el crecido y elegante número 18/19 de 1989—, aparecieron las primeras producciones de jóvenes escritores, como las de sus fundadores ya citados, más las de otros, como Julio Daniel Chaparro, Norman Estupiñán, Ernesto Orjuela, Nancy Ángel Devia, Isaac Ortizar, Francisco Piratoba, Andrés Romero, Germán Rodríguez, Julio Ardila, Alberto Lozano Pinzón, Armando Carrillo; pero, también, ocuparon sus páginas escritores colombianos como Luis Vidales, Jaime Mejía Duque, Manuel Zapata Olivella, José Luis Díaz Granados, Eutiquio Leal, Germán Pardo García, Amparo Inés Osorio, Álvaro Miranda, Rafael del Castillo, Armando Rodríguez Ballesteros. Fundamentales fueron las entrevistas que Jaime Fernández, cofundador y luego director indispensable del proyecto, publicó con grandes personajes de la cultura colombiana.
No hay dudas de que la mejor entrevista realizada con Daniel Samper Pizano se la debemos a Jaime Fernández, y como esa tenemos las de Germán Espinosa, Manuel Zapata Olivella, Jaime Santos, Álvaro Salom Becerra e Isaac Tacha. De otro lado, la carátula de Entreletras representó, en esos 10 años, el arte nacional y regional. En ella participaron artistas como Olivia Miranda, Benhur Sánchez, el desaparecido Rafael Campos Anaya, nuestro internacional caricaturista Naide, Andino Abril, el maestro Manuel Acosta, y el consagrado fotógrafo del llano, Constantino Castelblanco. Entreletras, como revista, en fin, no solo superó la barrera del número 1 al 5, límite en el que casi siempre perecen las revistas colombianas (porque ella nació cuando aparecían, por ejemplo, Escarabajo en Barranquilla, Punto Seguido en Medellín, Gato Encerrado en Bogotá, Termita en Armenia, Luna de arena en Ibagué, Zumo-Sumo en Bogotá, y de las cuales solo sobrevivieron Puesto de Combate, dirigida por Milcíades Arévalo, en Bogotá y El Túnel, bajo la dirección de José Luis Garcés González, en Montería), sino que convocó y llevó a cabo con éxito concursos, como el de poesía y cuento de 1982, ganados, respectivamente, por José Luis Díaz Granados y Juan Carlos Moyano; que en el no.12, de abril de 1983, incluyó con increíble intuición, pues aún no llegaba a la inmensa difusión de hoy, 30 años después, una muestra de cuento corto colombiano con los siguientes nombres: Evelio José Rosero, Luis Darío Bernal Pinilla, Eutiquio Leal, Luis Páez Barraza, Juan Carlos Moyano, Harold Kremer y Henry Canizales; que ha sostenido la defensa de las etnias aborígenes en ensayos de fondo como el de Helena Pradilla y Francisco Salazar en los últimos números.

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